viernes, 21 de septiembre de 2012

Distinguir letras no es leer


Hay pocas probabilidades de que usted termine de leer este texto. Por mucho que me esfuerce en escribir algo interesante, claro y con gancho, será difícil que usted mantenga su atención hasta el final. Lo dicen las estadísticas: entre la lectura y el botón de escape, lo más probable es que pronto gane el botón. Quizá ya mismo. Clic, chau.

Tanto las empresas desarrolladoras de tecnologías como los productores de contenidos saben lo difícil que es mantener la atención de un lector. Por eso desde hace años se afanan en reducir el esfuerzo visual necesario para leer en ordenadores, teléfonos y, últimamente, también en tabletas.

En poco tiempo, las pantallas digitales han mejorado sustancialmente sus prestaciones. Su alta resolución gráfica permite distinguir detalles cada vez más diminutos. Las pantallas –tanto las retroluminiscentes, como las de papel digital- facilitan la lectura en cualquier condición de luz ambiente. Se han optimizado asimismo los sistemas de definición del color y se han diversificado las tipografías, adaptándolas a formatos de pantalla minúsculos. Todas estas mejoras técnicas, en fin, se han centrado en perfeccionar la legibilidad de los dispositivos digitales, y a fe que lo están consiguiendo.

Ahora bien, desde la perspectiva de los medios de comunicación, esta mejora de las condiciones técnicas para la lectura, aunque necesaria, no resulta suficiente. Para que los contenidos de un medio sean legibles no basta con que sus letras se distingan con claridad. Es preciso, además, que sus textos sean acertados. Y es aquí donde resta largo trecho por recorrer.

Los anglosajones distinguen dos conceptos: legibility’ y ‘readability’.  No es fácil discriminar ambos términos en español, pues en nuestro idioma empleamos una única palabra para designar los dos conceptos: legibilidad. En inglés, en cambio, ambos términos guardan una diferencia sutil pero importante. La legibility alude a los aspectos formales de la lectura, como el contraste de las letras, su tamaño o el interlineado. Se refiere, en suma, a todos esos elementos que mejoran la presentación gráfica de un texto y lo hacen más fácil de leer. La readability, por su parte, alude a aspectos más internos del texto: a elementos como su organización discursiva, la sintaxis, o la claridad y precisión léxicas. En definitiva, si la legibility apunta hacia la comodidad de visión, la readability se centra en la facilidad de comprensión.

Los desarrolladores de tecnologías y los diseñadores, cada uno en su faceta, se han ocupado en los últimos años de mejorar la legibility de los textos en los medios periodísticos digitales. Sin embargo, esas mejoras no han ido acompañadas de un avance paralelo en el segundo pilar: la claridad en la escritura. Compete a los periodistas ocuparse de esa segunda faceta, la readability de los textos. Ninguna máquina eximirá a los periodistas de hacer los textos más claros, ordenados y atractivos.

Por desgracia, basta con dar un rápido repaso a las publicaciones digitales para hallar una antología de textos descuidados, imprecisos y obtusos. Ciertas noticias están escritas de modo tan farragoso que parecen sudokus. Acaso porque los periodistas trabajan más pendientes del reloj que del diccionario, uno tiene la sensación a menudo de estar leyendo simples borradores en lugar de textos rematados. Muchos medios digitales, en fin, son hoy un triste escaparate de indigencia gramatical y estilística.

La solución a este problema no es sencilla, por supuesto. Las trabas arrancan en las profundas lagunas lingüísticas que arrastran muchos jóvenes estudiantes de Periodismo, y se culminan con la escasez de editores experimentados y con su creciente laxitud ante los errores. Frente a esta despreocupación generalizada por la calidad de la escritura, es preciso que los medios eleven su nivel redaccional. De lo contrario, a este paso tendremos publicaciones digitales con fantásticas tipografías pero textos de vergüenza.
Por cierto, como le indicaba al principio, según las estadísticas es muy inusual que usted que haya llegado hasta aquí. Así pues, ¡gracias por el detalle!

sábado, 15 de septiembre de 2012

Debate electoral: ELECCIONES 2012

Asistimos a una singular contienda electoral que, entre algunas cosas, dibuja la crisis política que enfrentan las organizaciones partidistas que han dirigido los designios nacionales por las últimas seis décadas. La nota de consenso, en la recta final de los últimos 50 días previos a las elecciones del 6 de noviembre próximo, manifiesta que tanto el gubernamental Partido Nuevo Progresista (PNP) como su retador Partido Popular Democrático (PPD) carecen de un liderato político capacitado, perspicaz, profundo e inteligente.

Salvo escasas excepciones, las acciones de la dirigencia de ambas colectividades develan que hace mucho tiempo le han perdido el rumbo al País. Están distanciados de los problemas sociales que afectan a la ciudadanía porque se han ocupado de mantener distancias con el palpitar popular, razón por la que su apuesta electorera no trasciende las tácticas populistas que conforman el imaginario de una democracia demagógica.

En materia de ideas, los dos partidos de siempre han descuidado sus plataformas políticas convirtiendo sus documentos programáticos en propuestas vagas, indolentes y repetitivas. Sin mucho rebuscar, dejan al descubierto que son igualitos, tal y como presenciamos en el transcurso del primer debate de candidatos a la gobernación el pasado martes bajo el auspicio del Sistema Universitario Ana G. Méndez.

Aún cuando haya quienes insistan, por necedad o fanatismo, en diferenciar los “estilos” del PPD y PNP para sacar algún ápice de ventaja electoral, acentuando argüidas distinciones imperceptibles, nadie puede afirmar que desde la dimensión política ambos partidos no representan más de lo mismo. Los dos comparten una única visión de País, se suscriben a los mismos intereses económicos, endosan el Estado policial y punitivo, convienen en un gobierno conservador, sexista y elitista, al tiempo que trazan sus andanzas de espaldas a los reclamos ciudadanos.

Eso fue, precisamente, lo que reafirmaron Alejandro García Padilla y Luis Fortuño con sus livianas intervenciones durante ese primer debate, resumido como un cuento cantinflesco que, a duras penas, logró avivar la animosidad de sus respectivas huestes.

No hay nada que agregar sobre los planteamientos vertidos por ellos porque carecen de sustancia. Uno, Fortuño, repasó los éxitos que alega haber obtenido de su gestión administrativa, aún cuando admite haberlos aderezado con una medicina amarga. El otro, en tanto, lanzó vacuas diatribas a su oponente valiéndose de falsas promesas que se descargan en una plataforma política que repite, en esencia, el desabrido antídoto de su contendor.

Nada de lo que, según alega el PPD, ha hecho mal su oponente se revertirá con un cambio de administración gubernamental vestido de rojo-añil. Denlo por hecho. Los populares siguen el libreto de su oponente; la liviandad es la orden del día porque para ambos sólo es relevante el acceso al poder político. Lo hemos visto y escuchado una y otra vez navegando en la impudicia. Sobre el País y su gente, más allá de trilladas consignas publicitarias, no tienen nada que afirmar porque yacen fuera del alcance de sus mezquinos intereses.

La contienda electoral de este año, sin embargo, y por fortuna, trasciende las desgastadas y viejas estructuras pepedeístas y penepeístas para ofertar al electorado otras cuatro opciones políticas, dos de ellas de nuevo cuño.

Ahí estriba la “chispa” de esta contienda. Más alternativas para todos los gustos. Pero lejos de tratarse de una oferta electoral a la carta, la presencia de estas cuatro opciones partidistas se vierte como una posibilidad real para combatir el bipartidismo histórico que ha mantenido al País sumido en una profunda crisis.

Esta consideración alternativa, empero, no es absoluta. Entre estas cuatro colectividades se subrayan diferenciaciones significativas, como dejó al descubierto el pasado debate. Entre el Partido Independentista Puertorriqueño (PIP), el Partido del Pueblo Trabajador (PPT), el Movimiento Unión Soberanista (MUS) y Puertorriqueños por Puerto Rico (PPR) hay diferencias intelectuales.

El candidato del PIP, Juan Dalmau, por ejemplo, ha revitalizado la opción electoral independentista. Su manejo del debate de ideas, su elocuencia, buena proyección y la forma de enlazar la problemática social al estancamiento colonial de la Isla persuade el voto del sector afín al proyecto de independencia nacional que habita fuera de las estructuras de su partido. De mantener su ritmo, levantaría de la opacidad una colectividad que ha sufrido dificultad para validarse como opción política en las últimas dos elecciones.

En el caso del PPT, no hay duda que se alza como la opción política novedosa, articulada y representativa de amplios sectores del País. Su candidato, Rafael Bernabe, goza de un excelente dominio del debate público, sabe afinar los lineamientos de su discurso político para calar en un electorado diverso que transita desde el trabajador de oficio hasta el profesional con grados postsecundarios, ambos asediados por la crisis económica que deviene de una estructura desigual e injusta.

La experiencia del debate de este pasado martes validó a Bernabe como el contendor de más fortaleza en estas elecciones. Sus planteamientos se distancian del entramado demagógico tradicional de los dos partidos de siempre, y de casi todos los demás, al punto de abordar sin tapujos temas como la legalización de la marihuana y el apoyo a los derechos de la comunidad LGBTT.

Es Bernabe un candidato distinto, cuyo accionar político está legitimado en más de dos décadas de participación activa en las luchas sociales del País, ya sea con los estudiantes, profesores y trabajadores de la Universidad de Puerto Rico; contra la privatización; a favor de los derechos del pueblo trabajador; y en defensa de la democracia y nuestros derechos constitucionales.

En el caso del MUS, Arturo Hernández no ha logrado despuntar como figura con liderato nacional. El martes tuvo su primera escena frente al resto de sus contendores y lució con cierta fragilidad discursiva. Sus planteamientos se zurcieron de tonalidades legalistas muy propias de su profesión, a un ritmo que provoca la desatención del público.

El MUS es, empero, un organismo político que surgió con bríos hace dos años afianzado en la opción soberanista. Mas su posición de no asumir un rol activo en defensa de su ideal, al descartar la opción electoral de plasmar un vigoroso NO a la colonia en el plebiscito de noviembre, puede concebirse como una acción confusa para las gradas.

Cierto es que, en sus inicios, este movimiento soberanista capturó la atención mediática. Fue, además, el primero en lograr insertarse al ruedo formal de la participación electoral, pero ha flaqueado en velocidad e impulso. Muchos observadores políticos hemos señalado que su concepción amplia del proceso electoral, que ha desembocado en el endoso de candidatos del PPD, será un bumerang y sólo favorecerá a su oponente.

Resta mencionar a Rogelio Figueroa, el candidato que por segunda ocasión se lanza al ruedo electoral bajo la insignia del PPR. En esta ocasión, más que en el cuatrienio pasado, Figueroa ha recurrido al discurso populista pueril e insustancial para avivar al público en una cacería de votos que en nada se diferencia de la forma en que actúan los dos partidos de siempre. Su verbo es llano e impreciso. En cada aparición escénica, no vacila en calcar las ideas de sus contendores, en especial las del PPT y el MUS, para imprimirle algo de sentido a sus expresiones.

Sin calcular su fatigada emoción electorera, alimentada de un ruidoso histrionismo y un peligroso egocentrismo, el candidato del PPR se ha convertido en un disparatero superficial que refrenda sus postulados con expresiones clichés que carecen de profundidad intelectual, como demostró en este debate.
El PPR, no obstante, podría capturar el voto indeciso más frágil acostumbrado al desenfreno populista si sus oponentes PPT, PIP y MUS no afinan a tiempo su tacto con el electorado.

CONCLUSIÓN
Si sumamos los factores sociopolíticos que se vierten en el terreno electoral, las elecciones del próximo 6 de noviembre transcurren en tres carriles, a juzgar por el resultado del primer debate de los candidatos a la gobernación.

De una parte, se vierte el escenario plebiscitario que, al margen de las críticas de sus detractores, permitirá a los electores reafirmar o rechazar el estado colonial imperante en la Isla, a la vez que dispondrá de tres opciones para auscultar las fórmulas de estatus de mayor aceptación entre los puertorriqueños.
Los otros dos rieles demarcan la elección general a la gobernación. Uno transcurre entre las fuerzas penepés y pepedés y otro va en ruta a la definición del tercer, cuarto, quinto y sexto lugar en la lista de preferencias electorales.

El carril a la gobernación es insalvable. Uno de los dos de siempre, PNP o PPD, ganará la contienda para hacer más de lo mismo, comportarse igual que siempre y preservar el juego de la alternancia al poder.Mas en el otro carril, por el que transitan cuatro grupos políticos, dos de ellos emergentes, se conjugan las aspiraciones de estructurar un nuevo diseño electoral que rompa con el ruin bipartidismo. Se trata, simplemente, de hamaquear la tradicional estructura de los dos partidos de siempre logrando inscribir la mayor cantidad de partidos posibles, una acción que de concretarse golpearía la mediocridad de penepés y pepedés, al tiempo que alimentaría nuestro ordenamiento democrático y avivaría las esperanzas de un mejor porvenir político.

* NOTA EDITORIAL: El autor de este artículo presta servicios profesionales a la campaña del PPT.

domingo, 9 de septiembre de 2012

La prensa desprendida

Tomado de la revista electrónica 80grados 
por | 7 de Septiembre de 2012 


Se escucha por las calles o en las filas de los bancos y supermercados, hablan de ello los que conducen y los que llaman por teléfono a los programas radiales. En todas partes se repite la misma historia: el país está hundido en la violencia, la corrupción política y la simple y dura incapacidad de hacer algo bien. La educación pública no sirve, la salud, los servicios de energía eléctrica o de agua están tan mal como los quebrados planes de retiro. Los ciudadanos compran armas, alarmas, doblan o triplican los controles de acceso de algunas urbanizaciones. El tema tiene tal magnitud que recientemente desde 60 pantallas a todo color ubicadas en las autopistas, el actual gobierno mostró a dos acusados de asesinato enarbolando el dedo del corazón en una sin precedentes falta de sensibilidad (de parte de los acusados, pero también del gobierno).

Para los medios de comunicación masiva y, por ende, para la mayor parte de la ciudadanía, esta imagen de abyección y fracaso colectivo resulta indudable. No hace falta más que pasar las páginas de los periódicos o entrar a sus portales cibernéticos para obtener el relato jugada a jugada de los asesinatos del día o del fin de semana, para informarse sobre los femicidios que ocultan los genéricos “casos de violencia doméstica” o para ensuciar las primeras horas de la mañana con violaciones, abusos infantiles y suicidios.

El gran menú de la violencia compite en la prensa escrita, la radio y la televisión con el circo político. Es tal la magnitud bárbara de la clase política que ya resulta imposible contemplar la posibilidad remota de que un día posea responsabilidad ciudadana y educación básica. Por no haber alternativas, nos han acostumbrado de tal manera al denominador común más bajo, que resulta ya una operación simple y casi cotidiana la reducción de las expectativas.

Al igual que con la violencia, los medios de comunicación tratan la mentira, la corrupción y la ausencia de ética de los dirigentes políticos prefiriendo sus aspectos de entretenimiento a la posibilidad de un análisis de las causas de su incapacidad e irresponsabilidad. En las ediciones cibernéticas de los diarios descubrimos la banalidad del artículo de no más de 20 líneas, escrito de la vaqueta, casi sin reflexión, con errores sintácticos y ortográficos que curiosamente le conceden un necio toque de espontaneidad.  La novel brevedad tecnológica y conceptual ha llevado los vicios de la sección deportiva a todas las otras de los periódicos. Con frecuencia el interés por los resultados convierte a las noticias deportivas en tautologías. El titular ¨Gana Puerto Rico por cuatro¨ es todo lo que hay que leer, porque el desarrollo del artículo no llega a superar su título. Ahora algo parecido ocurre con la política, la crónica policial, la farándula, la casi inexistente sección de cultura.

A esto podemos añadir lo que a todas luces es ya una voluntariamente asumida incapacidad literaria de parte de muchos periodistas y editores. Hace unos años una amiga me decía que los titulares de El Nuevo Día eran incomprensibles o absurdos. No la tomé muy en serio pero ese día abrí el diario y anoté en un cuaderno estas joyas editoriales. En una página se extendía un titular: “Sin encontrar el helicóptero desaparecido”, más adelante bajo una foto de James Dean se nos explicaba que el actor “actuó en vida en cuatro películas” o como calce a una foto tomada en una ceremonia del Vaticano se nos decía que “El recientemente fenecido Juan Pablo II, con obvias dificultades para moverse…”

Este país, su desastre que parece abrumarnos, es también el de sus medios de comunicación. En unas pocas redacciones se construye una imagen de Puerto Rico. Allí se opta por dedicarle páginas o minutos a la última ¨masacre¨ (nominación que es otro caso de mala e irresponsable escritura, pues un asesinato múltiple no es un pogromo o un exterminio genocida) o a una revista dominical dedicada exclusivamente a las actividades sociales (cócteles, quinceañeros, graduaciones, torneos de golf) en el que no está representado el 98% de la población. Irónicamente, los extremos llegan a tocarse. Ambos sirven para matar el tiempo, contemplando lo que se nos presenta como un interminable reality show.

El periodismo no es el imperio de lo fáctico. La ¨historia¨ va mucho más allá de “Puerto Rico gana por cuatro”. No basta reportar lo que se dijo en una conferencia de prensa, sea ésta la del presidente del Senado o la del organizador de unas fiestas patronales. Esto, en todo caso, es publicidad gratuita y ligera; una rara e inútil concepción de la noticia.

Se decía que Puerto Rico era un país de primos, es decir, una sociedad de vías alternas, extraoficiales o corruptas. Ahora, aparentemente, se han encogido los accesos y nos hemos convertido en un país copado por una casta de herederos. Hay brahmanes para todos los gustos, en la política, en los negocios, en la religión y por supuesto también en la prensa. El señor canoso que nos dice en un anuncio de televisión de El Nuevo Día que hay que ir más allá de los titulares es el mismo que probablemente los limita a las “masacres” y que ha invisibilizado la cultura en las páginas de ese diario. Habría que decir que ejerce su función de jerarca-infante a la perfección, pues sustituye a sus mayores manteniendo la máxima continuidad de clase, preservando el nivel social con menos capacidad. En esto se basa el éxito ecuménico de los Ferré, de los Hernández, de los Romero, de los Rosselló. Buscan probar que se puede mantener el puesto a la misma vez que la estirpe se encanalla.

Pero el país es mucho más que la crónica negra, el escándalo del día, el más reciente caso de crasa irresponsabilidad de funcionarios públicos, que la más reciente idea brutal del gabinete del gobernador. Por decirlo de alguna manera, esta sociedad es también lo que no sale en las “noticias”. Este verano el Teatro Julia de Burgos de la Universidad de Puerto Rico estuvo repleto en un memorable acto de recordación a Mara Negrón y en Bellas Artes el mundo de la danza rindió homenaje a María Carrera que se encontraba gravemente enferma y acaba de fallecer. Una fue discípula de Jacques Derrida y la otra de Alicia Alonso. Ambas fueron maestras de generaciones de puertorriqueños que hoy dedican sus vidas a la cultura. Sobre estos actos no apareció nada en la prensa. Ningún editor destacó a un periodista a cubrir estos eventos (como tantos otros que se dan prácticamente a diario) para reportar la emoción, la magia y la trascendencia que contuvieron. La prensa puertorriqueña ha generado una práctica institucional de la pasividad. Parecería que nos pide que debemos agradecer que nos informe sobre algo y no que nos diga cómo y por qué pasó y cuál es su significado. Es como si hubiera una huida sistemática del contenido. Es como si la prensa se negara a crear historicidades, como si quisiera imposibilitar la creación de documentos.

Por desgracia, dada la visibilidad de los medios de comunicación, esto crea una imagen colectiva en el tiempo real del día que se vive y en el distante de una reconsideración histórica. Tanto para una como para la otra quedará probablemente el Gran Circo del Crimen y la Corrupción que ha sustituido en nuestras ciudades la llegada de faquires, elefantes y la mujer con barba. Sin embargo, hay otro Puerto Rico, tan real como ese en que no se encuentra el helicóptero desaparecido y en el que Juan Pablo II tiene dificultades para moverse después de muerto. Ese país lleno de hombres y mujeres que trabajan y crean, que no se van a ninguna parte, que regresaron para quedarse, ese Puerto Rico cultural, artístico, social y también político que palpita en calles e instituciones desoladas, en salas de concierto, en teatros, en museos, en seminarios ruinosos o en alguna de las tres o cuatro librerías que nos quedan, también eso, ese difícil destino de tanta gente, está aquí y debería tener al menos la posibilidad de ser noticia.

La obra social de la prensa comienza con la capacidad que tenga de ser verdaderamente prensa. Todos somos herederos, de una cultura, de un país, de una disciplina, de una tradición artística, el asunto es si tenemos el deseo de ser buenos herederos, es decir, si somos capaces de manejar una ética en la que la herencia –la cultura, el país, la disciplina- sea más grande que nosotros. Es terrible ser presa de una casta que invierte su esfuerzo en no mirar, que opta por no concederle realidad (noticia) a su prójimo y que al deformar nuestra pluralidad y capacidad de resistencia, se lucra y aísla más. ¿Cuál sería la imagen ideal del país en la prensa? Que todos, y no sólo los políticos y los delincuentes, nos encontráramos cada mañana en sus páginas, que fuera una forma de mirarse al espejo.

domingo, 2 de septiembre de 2012

La revolución al revés

2 de septiembre de 2012
por Benjamín Torres Gotay

En 1976, los Sex Pistols, una mítica banda británica de punk rock, reclamaba en “Anarchy for the U.K.”, una iracunda diatriba con la que pretendían conminar a toda una generación de jóvenes ingleses marginados a que se rebelaran contra un estado que los maltrataba, que se derrocara un orden que los mantenía bajo la suela del zapato y establecieran un régimen anárquico, es decir, no gobierno.

Estos reclamos de revoluciones que suplanten con un orden nuevo lo que se corrompió casi universalmente vienen de abajo hacia arriba. O sea, los de abajo pretenden obligar a los gobiernos, no siempre con claveles como armas, a que se reformen para el bien de la sociedad.

En Puerto Rico, donde casi nada es como en otro sitio, llevamos un tiempo viviendo un fenómeno que es absolutamente a la inversa.  Para leer la columna completa favor de oprimir aquí.

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