domingo, 9 de septiembre de 2012

La prensa desprendida

Tomado de la revista electrónica 80grados 
por | 7 de Septiembre de 2012 


Se escucha por las calles o en las filas de los bancos y supermercados, hablan de ello los que conducen y los que llaman por teléfono a los programas radiales. En todas partes se repite la misma historia: el país está hundido en la violencia, la corrupción política y la simple y dura incapacidad de hacer algo bien. La educación pública no sirve, la salud, los servicios de energía eléctrica o de agua están tan mal como los quebrados planes de retiro. Los ciudadanos compran armas, alarmas, doblan o triplican los controles de acceso de algunas urbanizaciones. El tema tiene tal magnitud que recientemente desde 60 pantallas a todo color ubicadas en las autopistas, el actual gobierno mostró a dos acusados de asesinato enarbolando el dedo del corazón en una sin precedentes falta de sensibilidad (de parte de los acusados, pero también del gobierno).

Para los medios de comunicación masiva y, por ende, para la mayor parte de la ciudadanía, esta imagen de abyección y fracaso colectivo resulta indudable. No hace falta más que pasar las páginas de los periódicos o entrar a sus portales cibernéticos para obtener el relato jugada a jugada de los asesinatos del día o del fin de semana, para informarse sobre los femicidios que ocultan los genéricos “casos de violencia doméstica” o para ensuciar las primeras horas de la mañana con violaciones, abusos infantiles y suicidios.

El gran menú de la violencia compite en la prensa escrita, la radio y la televisión con el circo político. Es tal la magnitud bárbara de la clase política que ya resulta imposible contemplar la posibilidad remota de que un día posea responsabilidad ciudadana y educación básica. Por no haber alternativas, nos han acostumbrado de tal manera al denominador común más bajo, que resulta ya una operación simple y casi cotidiana la reducción de las expectativas.

Al igual que con la violencia, los medios de comunicación tratan la mentira, la corrupción y la ausencia de ética de los dirigentes políticos prefiriendo sus aspectos de entretenimiento a la posibilidad de un análisis de las causas de su incapacidad e irresponsabilidad. En las ediciones cibernéticas de los diarios descubrimos la banalidad del artículo de no más de 20 líneas, escrito de la vaqueta, casi sin reflexión, con errores sintácticos y ortográficos que curiosamente le conceden un necio toque de espontaneidad.  La novel brevedad tecnológica y conceptual ha llevado los vicios de la sección deportiva a todas las otras de los periódicos. Con frecuencia el interés por los resultados convierte a las noticias deportivas en tautologías. El titular ¨Gana Puerto Rico por cuatro¨ es todo lo que hay que leer, porque el desarrollo del artículo no llega a superar su título. Ahora algo parecido ocurre con la política, la crónica policial, la farándula, la casi inexistente sección de cultura.

A esto podemos añadir lo que a todas luces es ya una voluntariamente asumida incapacidad literaria de parte de muchos periodistas y editores. Hace unos años una amiga me decía que los titulares de El Nuevo Día eran incomprensibles o absurdos. No la tomé muy en serio pero ese día abrí el diario y anoté en un cuaderno estas joyas editoriales. En una página se extendía un titular: “Sin encontrar el helicóptero desaparecido”, más adelante bajo una foto de James Dean se nos explicaba que el actor “actuó en vida en cuatro películas” o como calce a una foto tomada en una ceremonia del Vaticano se nos decía que “El recientemente fenecido Juan Pablo II, con obvias dificultades para moverse…”

Este país, su desastre que parece abrumarnos, es también el de sus medios de comunicación. En unas pocas redacciones se construye una imagen de Puerto Rico. Allí se opta por dedicarle páginas o minutos a la última ¨masacre¨ (nominación que es otro caso de mala e irresponsable escritura, pues un asesinato múltiple no es un pogromo o un exterminio genocida) o a una revista dominical dedicada exclusivamente a las actividades sociales (cócteles, quinceañeros, graduaciones, torneos de golf) en el que no está representado el 98% de la población. Irónicamente, los extremos llegan a tocarse. Ambos sirven para matar el tiempo, contemplando lo que se nos presenta como un interminable reality show.

El periodismo no es el imperio de lo fáctico. La ¨historia¨ va mucho más allá de “Puerto Rico gana por cuatro”. No basta reportar lo que se dijo en una conferencia de prensa, sea ésta la del presidente del Senado o la del organizador de unas fiestas patronales. Esto, en todo caso, es publicidad gratuita y ligera; una rara e inútil concepción de la noticia.

Se decía que Puerto Rico era un país de primos, es decir, una sociedad de vías alternas, extraoficiales o corruptas. Ahora, aparentemente, se han encogido los accesos y nos hemos convertido en un país copado por una casta de herederos. Hay brahmanes para todos los gustos, en la política, en los negocios, en la religión y por supuesto también en la prensa. El señor canoso que nos dice en un anuncio de televisión de El Nuevo Día que hay que ir más allá de los titulares es el mismo que probablemente los limita a las “masacres” y que ha invisibilizado la cultura en las páginas de ese diario. Habría que decir que ejerce su función de jerarca-infante a la perfección, pues sustituye a sus mayores manteniendo la máxima continuidad de clase, preservando el nivel social con menos capacidad. En esto se basa el éxito ecuménico de los Ferré, de los Hernández, de los Romero, de los Rosselló. Buscan probar que se puede mantener el puesto a la misma vez que la estirpe se encanalla.

Pero el país es mucho más que la crónica negra, el escándalo del día, el más reciente caso de crasa irresponsabilidad de funcionarios públicos, que la más reciente idea brutal del gabinete del gobernador. Por decirlo de alguna manera, esta sociedad es también lo que no sale en las “noticias”. Este verano el Teatro Julia de Burgos de la Universidad de Puerto Rico estuvo repleto en un memorable acto de recordación a Mara Negrón y en Bellas Artes el mundo de la danza rindió homenaje a María Carrera que se encontraba gravemente enferma y acaba de fallecer. Una fue discípula de Jacques Derrida y la otra de Alicia Alonso. Ambas fueron maestras de generaciones de puertorriqueños que hoy dedican sus vidas a la cultura. Sobre estos actos no apareció nada en la prensa. Ningún editor destacó a un periodista a cubrir estos eventos (como tantos otros que se dan prácticamente a diario) para reportar la emoción, la magia y la trascendencia que contuvieron. La prensa puertorriqueña ha generado una práctica institucional de la pasividad. Parecería que nos pide que debemos agradecer que nos informe sobre algo y no que nos diga cómo y por qué pasó y cuál es su significado. Es como si hubiera una huida sistemática del contenido. Es como si la prensa se negara a crear historicidades, como si quisiera imposibilitar la creación de documentos.

Por desgracia, dada la visibilidad de los medios de comunicación, esto crea una imagen colectiva en el tiempo real del día que se vive y en el distante de una reconsideración histórica. Tanto para una como para la otra quedará probablemente el Gran Circo del Crimen y la Corrupción que ha sustituido en nuestras ciudades la llegada de faquires, elefantes y la mujer con barba. Sin embargo, hay otro Puerto Rico, tan real como ese en que no se encuentra el helicóptero desaparecido y en el que Juan Pablo II tiene dificultades para moverse después de muerto. Ese país lleno de hombres y mujeres que trabajan y crean, que no se van a ninguna parte, que regresaron para quedarse, ese Puerto Rico cultural, artístico, social y también político que palpita en calles e instituciones desoladas, en salas de concierto, en teatros, en museos, en seminarios ruinosos o en alguna de las tres o cuatro librerías que nos quedan, también eso, ese difícil destino de tanta gente, está aquí y debería tener al menos la posibilidad de ser noticia.

La obra social de la prensa comienza con la capacidad que tenga de ser verdaderamente prensa. Todos somos herederos, de una cultura, de un país, de una disciplina, de una tradición artística, el asunto es si tenemos el deseo de ser buenos herederos, es decir, si somos capaces de manejar una ética en la que la herencia –la cultura, el país, la disciplina- sea más grande que nosotros. Es terrible ser presa de una casta que invierte su esfuerzo en no mirar, que opta por no concederle realidad (noticia) a su prójimo y que al deformar nuestra pluralidad y capacidad de resistencia, se lucra y aísla más. ¿Cuál sería la imagen ideal del país en la prensa? Que todos, y no sólo los políticos y los delincuentes, nos encontráramos cada mañana en sus páginas, que fuera una forma de mirarse al espejo.

1 comentario:

Waldo D. Sánchez dijo...

Esta opinión de como se proyecta la prensa es para que ustedes reaccionen a la misma.